VOLVIENDO A LA CASA DEL PADRE

Dos hijos amados, herederos de todo pero sin la capacidad de acceder a las riquezas de la herencia de su padre; uno más rebelde exigió su derecho como heredero y solicitó la posesión de su herencia antes de tiempo para malgastarlo hasta el punto de perderlo todo, incluso su posición de hijo, volviendo a la casa de su padre con una mentalidad de esclavo; el otro tenía un corazón tan ceñido al rechazo y la amargura, que a pesar de tener una posición única en la casa de su padre no lograba disfrutar de la posesión de su herencia, viviendo como siervo cuando era un heredero con pleno acceso a la abundancia de la casa que por derecho le pertenecía. Dos hijos con un carácter muy diferente pero con una marca de orfandad que les hacía semejantes; ninguno de los dos lograba reconocer el corazón de su padre, ninguno de los dos alcanzaba a disfrutar el amor de su padre y ninguno de los dos vivía como un hijo heredero en la casa de su papá.

Esta descripción resume la parábola expuesta por Jesús sobre el hijo prodigo[1], donde se revela una de las consecuencias más terribles que sufrió el plan original de Dios por el pecado de Adán: la separación entre el hombre y el Padre Eterno[2], la cual movió a la humanidad de una naturaleza de hijos de Dios y la re-ubicó en una plataforma llena de temor y rechazo que llamamos orfandad; raíz que se asentó profundamente en el corazón del hombre, haciendo de la separación una marca que inhabilitó el diseño original del vínculo paterno y la herencia, estableciendo un velo en el corazón de los hombres que sólo el Primogénito de Dios pudo rasgar al dar su vida por nosotros para acércanos al Padre[3] y derramar en nuestros corazones el espíritu de adopción[4], por el cuál hoy genuinamente podemos clamar Abba y entrar como hijos herederos en su casa para disfrutar de su Presencia y poseer las riquezas de su herencia[5].

Esta es posiblemente una de las obras más poderosas de la gracia derramada por Jesucristo, mediante la cual recibimos la potestad de ser hechos hijos de Dios al creer en Su Nombre[6], vale decir, por creer en El, se habilita un proceso en el cual nuestra identidad arraigada a la orfandad comienza a ser transformada de gloria en gloria según su propia imagen[7], trasladando nuestras vidas de la potestad de la tiniebla al reino del Hijo Amado[8] –donde se revela la identidad del hijo que es amado por el Padre-, hasta convertirnos en hijos según su misma imagen y semejanza con la libertad de entrar en las moradas del Padre para vivir como hijos con pleno derecho y entendimiento de nuestro legado.

Sobre esto quisiera asentar un base: la identidad de hijos de Dios se forma en un proceso de cambio de mentalidad –arrepentimiento- y transformación interna –regeneración- que conduce el Espíritu Santo a través de diferentes experiencias que van forjando un vínculo de Padre e hijo entre Dios y el hombre. Esto es importante de ser considerado ya que en ningún caso es suficiente la adopción nominal del rótulo de hijos para vivir como hijos-herederos de Dios, pues el entendimiento de la paternidad se construye en la relación más que en la explicación y requiere transformaciones profundas que re modelen el corazón, quitando las marcas de la orfandad y estableciendo el sello del perfecto amor del Padre, quién nos adopta como hijos amados desatando una vida llena de sentido, poderosa y abundante según el propósito por el cuál fuimos enviados[9].

En mi crisis de conversión descrita en el post anterior, mi buen amigo me ayudó a entender que no bastaba con tener conocimiento de que era hijo sino que necesitaba experimentar al Padre en una relación íntima, diciéndome: "Un niño huérfano cuando es adoptado, aunque se le diga que es escogido y amado, no llegará corriendo a abrir el refrigerador como lo haría un hijo que nació sabiendo que la casa en que vive es su casa. El niño huérfano necesitará descubrir en la relación y experiencia que es amado, para que su corazón se abra al punto de sentarse en la mesa sin sentir que debe hacer o dar algo para comer con libertad de lo que su padre le entrega".

Cada uno de nosotros fue adoptado por Dios como un hijo legítimo para conocer su corazón, disfrutar su presencia y vivir con libertad en su casa como herederos del Reino; estos motivos son íntimos de un Dios Padre que no le interesa tener siervos que le rindan pleitesía en un vínculo religioso de temor y esclavitud, sino que hijos que disfruten el conocerle en un vínculo perfecto de amor y libertad.

Por este motivo, conociendo el deseo y amor del Padre sobre sus hijos, hoy quisiera exhortarte, si aún sigues acercándote a Dios como un deudor que no logra disfrutar su Presencia ni acceder a la abundancia de su mesa, si los tesoros de su corazón siguen siendo un misterio lejano y la bendición del Padre no llega a ser clara ante tus ojos, me permito decirte que el Espíritu Santo anhela transformar tu corazón para introducirte como un hijo amado en las moradas que Cristo preparó como una habitación de plena comunión y libertad con el Abba, para que conozcas desde su corazón tu identidad, propósito y la herencia que te ha confiado para que gobiernes en la tierra como un hijo de Dios.




Pidiendo que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en un mejor conocimiento de Él. Mi oración es que los ojos de vuestro corazón sean iluminados, para que sepáis cuál es la esperanza de su llamamiento, cuáles son las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál es la extraordinaria grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, conforme a la eficacia de la fuerza de su poder,  el cual obró en Cristo cuando le resucitó de entre los muertos y le sentó a su diestra en los lugares celestiales.

Efesios 1:17-20



[1] Lucas 15:11-32; [2] Romanos 3:23; [3] Hebreos 10:19-23; [4] Romanos 8:15; [5] Efesios 1:18-23; [6] Juan 1:12-13; [7] 2 Corintios 3:18; [8] Colosenses 1:13-20; [9] Romanos 8:26-39 

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