Era el principio; ya habían pasado cinco
tiempos, cinco días de la creación y los Cielos aguardaban con expectativa lo
que Dios revelaría en el sexto día.
Entonces, el Padre, dijo: “Hemos hecho
tantas cosas buenas y hermosas, ¡todo ha quedado perfecto!, pero aún falta algo
en medio de la creación”.
El Espíritu Santo respondió: “Sí, falta
alguien que la disfrute y que la gobierne… alguien que nos muestre a ella, que
nos revele a la creación y la conduzca a cumplir su propósito”.
En ese momento, lleno de alegría, el
Hijo habló, diciendo: “¡Padre!, yo sé qué podemos hacer: creemos a un ser
diferente, uno similar a los ángeles, pero con nuestra misma imagen, uno que
reciba el soplo que viene de tu boca y que viva por nuestra propia vida”.
El Espíritu Santo respondió, diciendo: “Creemos
al hombre a nuestra imagen y
semejanza, solo así podremos habitar en él. No hay una morada en la que podamos
habitar en la tierra, pero dentro de él podría habitar para guiarles… Sí,
guiarles y enseñarles todas las cosas”.
“¡Sí! – exclamó el Hijo – Que sea como
nosotros y que tenga nuestra misma gloria. Padre, yo quiero que sean mis
hermanos y que te conozcan a ti como su propio Padre, que habiten en nuestra
morada y que tengan la misma herencia que me has dado”.
Entonces el Padre respondió y dijo: “Hijo
amado, tú eres el Único y sabes que tendrás que dar tu vida para que ellos sean
tus hermanos. El precio es alto y, por amor, tendré que entregarte para
hacerlos volver si se corrompe
su camino”.
El Hijo respondió: “Padre, la Vida
Eterna es conocerte a ti y nuestra gloria es el amor. Yo soy el Principio de la
creación, soy el Primero y el Último y, si debo despojarme de mi gloria para
hacerlos volver a ti, hazme un cuerpo y daré mi vida para que sean Hijos como
yo. Venceré para llamarlos hermanos y coherederos del Reino que me has dado”.
Entonces, el Padre, el Hijo y Espíritu
Santo, en completo acuerdo, dijeron: “Hagamos al hombre a nuestra
imagen, conforme a nuestra semejanza; y ejerza dominio sobre los
peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados, sobre toda la
tierra y sobre todo reptil que se arrastra sobre la tierra”.
Y creó, Dios al hombre a imagen suya, a imagen de
Dios lo creó; varón y hembra los creó.
Y los bendijo Dios y les dijo: “Sed
fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sojuzgadla; ejerced dominio sobre
los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se
mueve sobre la tierra” (Génesis 1:26-28).
¿Se han preguntado en qué estaba pensando Dios
cuando creó al primer Adán?
La palabra en Génesis 1:26-28 deja entrever un momento de acuerdo en el
cual Dios en su plenitud tomó la decisión de crearnos según su propia
naturaleza, otorgando el propósito máximo del ser humano sobre la creación: ser
un hijo que pudiera revelar a Dios en medio del huerto, gobernando la creación,
administrándola y llevándola a su máximo potencial para cumplir el propósito
dado por Dios, esto es, fructificar y multiplicarse de manera abundante según
su diseño, dando gloria a Aquel por el cual todas las cosas son y subsisten.
La creación del hombre no fue como el resto de la creación, de hecho, de
todos los tiempos de la creación, la única instancia en que se muestra el
consenso del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de manera explícita es cuando
crea al hombre, lo que me hizo pensar en ese diálogo eterno que expuse en el
principio de esta publicación; un dialogo en el cual comenzaron a soñarnos,
desearnos y amarnos hasta el punto de comprometerse a darlo todo para que esta
nueva creación tuviera una vida abundante, llena del propósito y del bien que solo
un Padre puede desear sobre sus hijos.
El "Proyecto Hombre" reveló la profundidad del amor de Dios en su máxima
expresión, su deseo amar y de darse a sí mismo hasta el punto de formar desde
el polvo de la tierra un ser creado que pudiera portar Su propio Espíritu, con
la capacidad de conocerle de manera tan íntima y cercana como hasta entonces
sólo el Hijo le conocía.
Dios creó al hombre soñándolo como a un hijo; lo formó desde la tierra
viendo en él las generaciones que conformarían la llamada Familia de Dios, y por esto le entregó la tierra como un espacio de plenitud en el que
podría conocerle y desarrollarse de manera íntegra, gobernando la creación con
justicia y revelando el corazón del Padre sobre la tierra.
El proyecto original era una familia habitando la tierra en plena
comunión con Dios; una gran familia que habitaría la creación mostrando al
Padre y conduciéndola en los diseños eternos que en su condición de hijo podría
oír del Padre mismo en todo tiempo.
Por lo tanto, el ser creado llamado hombre
no sería una especie más entre los vivientes, tampoco sería un servidor
dedicado a trabajar sobre la tierra para sobrevivir, trabajar y rendir tributo
a Dios como lo haría un esclavo, sino que al igual que Hijo de Dios sería
llamado hijo, y como hijo, hermano de Cristo y coheredero con Él de Su Reino, con
el mismo derecho de acceder con libertad ante el Padre Eterno para disfrutar de
Su Presencia, Su Voz, Su bendición y de las riquezas de Su gloria.
Dios nos creó conociendo el bien y el mal que haríamos, nos formó amándonos desde el principio con un gran propósito: que fuéramos hijos del Padre y que como hijos pudiéramos conocerle, experimentar su amor y vivir en sus caminos con plenitud. Por esto, el Hijo, cuando vino a rescatarnos se dedicó a mostrar al Padre y revelar la dimensión de vida que desde el principio fue preparada para nosotros, una vida abundante según el Reino del que somos parte.
Jesucristo recibió un cuerpo y habitó entre nosotros despojándose de su gloria, y lo hizo hasta dar su vida en la cruz con tal de abrir el camino que por el pecado había sido cortado, el camino que conduce al Padre y por el cual tenemos Vida Eterna.
Finalizo este post con el deseo de animarte a dejar toda forma de vida que esté fuera de la libertad gloriosa que has recibido de Cristo para acercarte al Padre y acceder a las dimensiones de plenitud que soñó para ti desde el principio, a fin de que experimentes y manifiestes la grandeza de su plan sobre tu vida como un Hijo del Reino que nos ha dado como herencia.
Pero cuando vino la plenitud del tiempo,
Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, a fin de que redimiera a los que estaban
bajo la ley, para que
recibiéramos la adopción de hijos. Y porque sois hijos,
Dios ha enviado el Espíritu de su Hijo a nuestros corazones, clamando: ¡Abba!
¡Padre!. Por tanto, ya no eres siervo, sino hijo; y si
hijo, también heredero por medio de Dios.
Gálatas 4:4-7
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