Debes conocer a Dios como
tu Padre. Fue una de
las exhortaciones más duras y profundamente reveladoras que recibí de un gran
amigo en uno de los momentos más difíciles que viví en medio de mi conversión a
Cristo. Llevaba meses sintiendo que Dios me había dejado y que se acercaba sólo
cuando yo hacía algo por El, pero en mi necesidad interna de escucharle o
sentirle, no conseguía hallarle.
Fue un tiempo terrible de rompimiento
interno, cerca de 9 meses en los que la dulce Presencia de Dios parecía haberse
alejado de mí, dando a luz una serie de cuestionamientos profundos nacidos del
rechazo y la orfandad escondidos en mi corazón, detrás de una fe y pasión sincera
que se había entremezclado con estructuras religiosas que me impedían ver a
Dios como mi propio Padre, quién por absoluto amor envío a Su único Hijo para adoptarme
y hacerme partícipe de su genética, dándome acceso a Su Reino según el derecho
y la potestad de un hijo heredero.
Posiblemente fueron los meses más difíciles
de mi relación con Dios, pero a su vez, de los más importantes de mi vida dentro
Cristo, porque el Espíritu Santo estaba gestando en mi espíritu la identidad de
hijo por la cual hoy puedo clamar con libertad Abba Padre[1] y acceder a las riquezas
de Su gloria apartadas como una herencia para sus hijos[2].
Este mismo proceso, con diferentes
matices y tiempos, es el que vive cada creyente en el trato que conduce el Espíritu
Santo para regenerar en nosotros la identidad de hijos de Dios; encomienda
recibida desde el mismo Hijo, quién prometió que no nos dejaría huérfanos[3], sino que enviaría al
Espíritu Santo como garantía de nuestra herencia[4] para enseñarnos todas las
cosas. Esta misma encomienda fue uno de los ejes centrales del ministerio de
Jesús, quién buscó en cada instancia de su vida terrenal, mostrar al Padre[5] hasta abrir nuevamente el
camino que nos permitiría volver a esas moradas eternas preparadas por El mismo[6] para aquellos que serían re-injertados
en la familia de Dios como verdaderos hijos[7] y no como siervos o
seguidores en una subcategoría apartada de Su misma gloria[8].
Descubrir esto es extremadamente
poderoso por varios motivos. Primero, porque permite entender que el deseo del
Padre es que le conozcamos con la seguridad y cercanía de un hijo amado, que
tiene la posibilidad de conocerle sin velos que nos separen de Su gloria[9]. Segundo, porque permite entender
que nuestra posición es de absoluto privilegio y honra, ya que sin merito
fuimos realmente adoptados como hijos, hasta el punto en que Jesús mismo nos
llama hermanos[10]
y coherederos del Reino[11]. Tercero, por entender la
grandeza y responsabilidad del llamado que como hijos tenemos de administrar y
sojuzgar la creación según el mandato original[12], con la gloria, autoridad
y poder que Jesús mismo nos comparte al unirnos con El en el Padre[13].
Teniendo
en cuenta lo recién mencionado quisiera asentar un principio: la identidad de hijos es la base del ser y del
quehacer cristiano en el Reino de Dios. No es posible comprender correctamente la autoridad y la mayordomía
que poseemos como iglesia, sin antes haber nacido del agua y del Espíritu para
entrar al Reino[14]
como hijos que viven por fe[15], siguiendo la voz del
Padre y haciendo Su voluntad en la tierra[16]. Un correcto asentamiento
de la identidad de los hijos en Cristo, habilita la capacidad de tomar el
derecho de un hijo de ser y hacer conforme a la naturaleza, capacidad y
autoridad del Padre, activando así uno de los principios más poderosos e
inherentes del ser hijo, la Herencia.
Es tanta la potencia contenida en la
identidad del Hijo, que sinceramente creo que uno de los principales intereses
por lo que satanás busca quebrar e impedir la regeneración de lo que somos en
Dios, es evitar que tomemos la herencia que viene como consecuencia del ser
hijos, pues un hijo maduro y entendido tiene la capacidad de reconocer la
autoridad y naturaleza que posee para gobernar sobre su propia vida, familia,
ciudades y naciones, trayendo el Reino del que es parte de manera continua en
cada área de su influencia, manifestando la voluntad del Padre en su entorno y revelando
a Cristo en su diario vivir.
En mi caso, han pasado años desde la
experiencia que comencé citando en esta publicación y aún creo que recién estoy
comenzando a conocer al Padre, pero sé que no hay una mayor riqueza que
conocerle a Él, pues esto es justamente la Vida Eterna dada por el Hijo para los
que creen en Su Nombre[17]. Han sido años en los
cuales además de ver la obra persistente del Espíritu Santo para conducirme al
Padre a través de Jesús, también he podido ver su obra poderosa en la tierra al
levantar esa generación de los que buscan el rostro del Señor, esos que están
siendo gestados según la imagen de Cristo y cuya adoración es la obediencia que
el Padre busca en los hijos entendidos que alegran Su corazón.
Ese mismo llamado del Espíritu Santo
está hoy vigente en medio de las naciones; Su voz llama al corazón de aquellos
que como Samuel han sido apartados para oír con atención Su voz y hacer la
voluntad del Padre, experimentando la plenitud de la vida en Cristo fuera de
las estructuras de la religión, entrando en la casa del Padre Eterno para
sentarse en su mesa, oír atentamente su voz, comer del bien y deleitarse con grosura
en Su Presencia[18],
tomando de esa herencia incorruptible que preparó para sus hijos desde el
Principio.
Si me amáis,
guardad mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador,
para que esté con vosotros para siempre: el
Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le
conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en
vosotros. No os dejaré huérfanos; vendré a
vosotros. Todavía un poco, y el mundo no me verá
más; pero vosotros me veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis.
En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y
vosotros en mí, y yo en vosotros. El que tiene mis mandamientos,
y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y
yo le amaré, y me manifestaré a él.
Juan 14:15-21
[1] Romanos 8:15 [2] Efesios 1:17-18 [3] Juan 14:18-25 [4] Efesios 1:14 [5] Juan 14:10 [6] Juan 14:2 [7] Efesios 2:19 [8] Gálatas 4:7 [9] 2 Corintios 3:15-18 [10] Hebreos 2:11 [11] Romanos 8:17 [12] Génesis 1:28 [13] Juan 17:20-26 [14] Juan 3:5-7 [15] Hebreos 10:38 [16] Romanos 8:14; Juan 3:8 [17] Juan 17:3 [18] Isaías 55:2-3
Recomendación: leer Juan 14 completo, pues muestra de manera muy clara el plan de Dios para volvernos a él como hijos.
ResponderEliminar